En estas notas abordaremos La cinta blanca (2009) con spoiler. Hecha la advertencia, la intención de comentar parcialmente esta obra genial de Michael Haneke es traer pistas para leer el presente, que es un momento de incubación del autoritarismo.
En la Parte 1 de estas notas hacíamos un estado de situación en medio de la vorágine coyuntural y, ahora, nuevamente tenemos la tentación de seguir haciendo crónica (llevamos un día desde que, a escala planetaria, la encerrona de Trump a Zelenski, y tres días desde un inesperado blackout total y toque de queda en Chile). Pero haremos una pausa para tantear una interpretación, a escala molecular, y pensar hacia dónde va todo esto.
Traemos ayuda para entender, por ejemplo, por qué al día siguiente de un apagón total y un toque de queda inesperado, los individuos siguen su rutina inalterable, pero, a la vez, han llevado a la cima de las encuestas electorales en Chile, al candidato outsider de ultraderecha Johannes Kaiser, quien no presenta absolutamente ningún antecedente de performance política y cuya única promesa es la radicalización total.
La psique social fluctúa entre la alienación y la sumisión a la rutina como algo inexorable, sumado a la rabia contenida, proyectada con rasgos claros de xenofobia, misoginia, aporofobia, transfobia, etc. Esta hostilidad latente y paranoide estallará en su propia “noche de los cuchillos” tarde o temprano en algún lugar de la órbita occidental y se propagará como bola de nieve.
La Cinta Blanca retrata un momento del extraño proceso de incubación de la generación que dio lugar al nazismo. Los hechos de la película acontecen en 1913, en un pueblo alemán cuyo nombre no importa. En un primer visionado, una serie de atentados misteriosos, aparentemente inconexos, no dejan comprender con claridad qué está sucediendo:
- El médico del pueblo sufre un grave accidente cuando su caballo tropieza con un alambre colocado a propósito, lo que lo deja herido.
- El hijo de la partera, Karli, es brutalmente golpeado y dejado casi ciego.
- Se incendia el granero de la familia noble del pueblo.
- El hijo del barón es encontrado colgado de los tobillos en el bosque, gravemente golpeado.
- El recién nacido hijo del pastor es dejado al frío mientras duerme en su cuna.
La película es coral y rapsódica, aportando diferentes perspectivas, experiencias y temporalidades (en el marco de un año), y está articulada por la narración de un testigo foráneo, un profesor joven, quien atará los cabos sueltos y dará luz sobre la naturaleza de los atentados. Su posición es privilegiada, ya que su mirada conecta los diferentes roles sociales sin compromiso alguno, lo que hará que, como espectadores, naveguemos por este infierno guiados por Virgilio.
Los roles estereotípicos pasan por el mayordomo de la finca, el párroco protestante, el médico viudo y la partera; el matrimonio del barón y la baronesa.
La violencia estructural se da puertas adentro; ningún vecino sabe de la oscuridad que habita en la casa del otro. La atmósfera es opresiva, misógina y está llena de señales contradictorias. Como toda perversión social, el líder moral —el párroco— se presenta públicamente justo, ejemplar y elocuente, mientras castiga en forma sádica a sus hijos puertas adentro; el médico abusa sexualmente de su hija y de la partera; el barón se presenta ecuánime y clemente, mientras su matrimonio colapsa y la baronesa desea irse a los grandes salones aristócratas lejos de ahí; y el mayordomo sumiso frente a su patrón descarga su frustración con su hijo mayor. Todas las tragedias parecen suceder como islas inconexas, donde ningún núcleo puede comunicar su desgracia al otro; todo sucede en el ámbito privado, en silencio, cuidando “las formas” de la discreción.
"Ninguno hemos cenado nada hoy en esta mesa. Al ver que se hacía de noche y no aparecíais vuestra madre ha salido llorando a buscaros por el pueblo. ¿Creéis que podíamos comer y beber creyendo que os había pasado algo? ¿Creéis que podemos comer y beber ahora que os presentáis y que nos soltáis una mentira como disculpa? No sé que es más triste, o vuestra ausencia o vuestro regreso. Nos acostaremos con el estómago vacío. Estaréis de acuerdo conmigo que vuestro comportamiento no puede quedar impune si queremos convivir respetándonos mutuamente. Así que mañana por la mañana a esta misma hora os daré diez golpes de vara delante de vuestros hermanos. Mientras reflexionad sobre la gravedad de vuestra falta (...) Vuestra madre y yo pasaremos una mala noche porque mañana os tendré que hacer daño. Los golpes nos dolerán a nosotros más que a vosotros (...) Cuando eráis pequeños vuestra madre os ponía una cinta en el pelo u os la ataba al brazo. El color blanco de la cinta os recordaba la inocencia y la pureza. Creía que a vuestra edad la virtud y la decencia llenaba vuestros corazones y que ya no necesitábais tal recordatorio. Estaba equivocado..."
castigo del Párroco a sus hijos Martin y Klara
En la película no se nos indica dónde poner el foco, y es hacia el final, cuando el profesor joven enfrenta al líder moral (el párroco), en que se nos revela que todo este archipiélago de micro-autoritarismos secretos tenía un vaso comunicante: los niños formaban una comunidad y eran los que, desde el principio del relato, coordinaban y ejecutaban los atentados contra los adultos.
En nuestro caso, los acontecimientos parecían inconexos porque nuestra mirada adulto-céntrica nos impedía ver cómo esta comunidad de niños, omnipresente, marginalizada y sometida por los adultos, era la que daba coherencia no solo a la trama de la película, sino que articulaba una sub-sociedad que ejercía su propio sistema de venganza en paralelo al de los patriarcas, frente a nuestros ojos.
En una segunda mirada de la película, y ya enfocados en los que al principio nos parecían personajes pasivos, podemos ver claramente cómo los niños hacen asambleas, tienen vínculos de solidaridad y consuelo mutuo. Pero la oscuridad está en su perspectiva frente al “autoritarismo puertas adentro”, cuya respuesta es el “autoritarismo organizado”, interpretando los mandatos de los padres radicalizándose y ejecutando castigos “ejemplares” amplificando la crueldad aprendida.
- El médico del pueblo sufre un grave accidente cuando su caballo tropieza con un alambre colocado a propósito, lo que lo deja herido → La hija del médico es abusada por su padre, y los niños se vengan de él provocando su accidente.
- El hijo de la partera, Karli, es brutalmente golpeado y dejado casi ciego → La partera es una de las pocas figuras afectivas en el pueblo y mantiene una relación secreta con el médico. Cuando él la rechaza cruelmente y la humilla, los niños castigan a su hijo discapacitado como una extensión de su desprecio hacia ella y el hijo no reconocido del médico.
- Se incendia el granero de la familia noble del pueblo → El barón y su familia representan el poder feudal y la autoridad opresiva del pueblo. El ataque podría ser una expresión de resentimiento de los niños contra la jerarquía social y las injusticias que sufren en sus propias familias. También, el incidente se hace rimar con la tortura del párroco hacia su hijo pre-adolescente, que amarra durante las noches para que no se masturbe. El granero quemándose puede ser un símbolo arcaico de la libido desatada, que los niños ejecutan.
- El hijo del barón es encontrado colgado de los tobillos en el bosque, gravemente golpeado → Como hijo de la élite del pueblo, representa la continuidad del sistema autoritario y abusivo. La violencia contra él podría ser una respuesta al despido del hijo mayor del mayordomo, quien es acusado por el barón como rebelde y quien se cuelga suicidándose al no ver salida para su familia discriminada.
- El recién nacido hijo del pastor es dejado al frío mientras duerme en su cuna → No está claro si los niños quieren liberar al bebé de la opresión del pastor o atentar contra un símbolo de pureza en el corazón de la moral de la comunidad.
Los niños, receptores de las voces y los mandatos de los adultos abusivos y contradictorios están organizados en la anomia y carecen de toda modulación produciendo atentados violentos, que, en el seno de su aprendizaje represivo, tienen un sentido retorcido, pero sentido al fin para ellos. Haneke sugiere que el germen del nazismo estuvo en la intimidad de la sociedad alemana y fue la culminación de un sistema rígido y autoritario puertas adentro que se tornó en una cultura de mandato, abuso y castigo. Al final, las víctimas se volvieron los ejecutores y construyeron su propio relato, dando organicidad, institucionalidad y energía a la violencia.
Haneke sitúa el final de su relato al principio de la Primera Guerra en 1914, en la que el profesor joven marcha a la guerra con toda su generación. La película termina entonces cuando la generación intermedia se va hacia su muerte y solo quedan los niños y los patriarcas. Los niños de la película, entre 5 y 16 años, serán los adultos jóvenes entre 25 y 36 años en 1933, momento en que crearán el nazismo.

Antes del éxodo de la generación del joven profesor, Martin y Klara dejan un mensaje a su padre, el párroco: sobre la mesa de su estudio colocan muerto su pájaro enjaulado, atravesado por una tijera de metal, formando una figura que, a la larga, sabemos será la esvástica nazi. El párroco es vaciado de poder y se vuelve una cáscara retórica. Ahora los niños tienen la hegemonía del castigo en su comunidad.
El gesto final de los niños no solo anticipa el futuro del nazismo, sino que resuena en cada época donde la violencia incubada en la sociedad se convierte en ideología. Estamos viendo hoy otro ciclo incubándose.
En nuestro presente, el ascenso del autoritarismo sistémico corroe la democracia. Quizás las sociedades occidentalizadas, convencidas de haber alcanzado su culminación civilizatoria en la democracia liberal, nunca quisieron ver las señales contradictorias de su crisis crónica. Hoy, los jóvenes enfrentan una institucionalidad que ha normalizado la crisis multisistémica. Sin expectativas, asimilan esta realidad como un castigo recibido injustamente y lo devuelven como castigo aplicado. La historia nos advierte: el horror siempre se incuba a plena luz del día, pero nadie lo reconoce hasta que ya es demasiado tarde.
Las democracias liberales, en su hegemonía occidental, no han sido tan distintas del párroco censor o de la baronesa que desprecia a su comunidad en La cinta blanca. Como ellos, son espectros de sí mismas: cáscaras vacías que solo persisten por inercia.
Ficha técnica:
Título original: Das weiße Band
Título en español: La cinta blanca
Director: Michael Haneke
Guion: Michael Haneke
País: Alemania, Austria, Francia, Italia
Año: 2009
Duración: 144 min
Género: Drama, histórico
Fotografía: Christian Berger
Producción: X Filme Creative Pool, Wega Film, Les Films du Losange
Idioma: Alemán
Cruzando el Umbral del Autoritarismo pt.1: Democracias Autoritarias
Boletín semanal, los miércoles a las 9:00 pm
Sino lo sabemos, lo sufrimos. Y de pronto, toda la violencia larvada en la hegemonía imperante es, en realidad, de nuestra propia responsabilidad.
Brillante alusión a la película de Haneke que, añade además una textura de luz en el blanco y negro que asociamos a la visión hacia el pasado histórico y el análisis de una sociedad aparentemente bien constituida, es decir, bien disciplinada. (En sus cuadros resuena la fotografía de August Sander y su tipología de oficios y clases).
La construcción del rencor como motor para el desarrollo de un conjunto social es psicoactiva, tal vez. O psicoretroactiva, mejor dicho. Pero no sé hasta qué punto determina la evolución de los acontecimientos. Llevamos años liberándonos de nuestros rencores y malformaciones, años de terapia democrática. La fijación para el rebrote brutal y autoritario ha sido esta vez un ajuste de cuentas en reverso: el wokismo, es decir, la presión minuciosa ejercida por determinadas minorías, ha terminado haciéndonos volver al reclamo de imposición de una Autoridad por la fuerza. Ahí estamos: tal vez deseando volver a la represión, al castigo del padre que amarra a los hijos a la cama cada noche para que no se masturben.